jueves, 22 de octubre de 2009

Esta vez Gisela Valcárcel tiene la razón

Creo que todos los que hemos alquilado sabemos como suelen ser de abusivos los propietarios. Te entregan un local de mierda, te joden con la garantía (que generalmente se la comen) y si no les pagas en la fecha pactada ya están llamando para presionarte, como si los contratos no consignaran plazos que den cierto respiro al pago de la merced conductiva.

Gisela Valcárcel estuvo 17 años ocupando un local alquilado, donde implementó su conocido Spa "Amarige". Cada dos años iba renovando un contrato leonino, suscrito en principio con un par de tías, y acondicionando el local a los fines de su negocio, como no podía ser de otra manera.

Pasado el tiempo, el municipio distrital de San Isidro decide cambiar la zonificación, de comercial a residencial, obligando al retiro de Gisela con todas sus cacharpas. Sin embargo, uno de los sobrinos de las propietarias, un viejo adefeciero y carcamán llamado Luis Morante Fournier, sale a exigirle a Gisela que le devuelva el local tal como lo recibió. Como dijo Jack el destripador, vamos por partes.

Es obvio que nadie hace un contrato de alquiler por diecisiete años, sino que lo va renovando anualmente. Es más, todos estos contratos dicen que las mejoras quedan en favor del propietario, y que si se hacen cambios estructurales, éstos deben contar con la anuencia del dueño. De modo que es un absurdo pensar que en tantos años no se hayan dado cuenta de lo que la señora Valcárcel hacía. Para el efecto no era ni siquiera necesario pedirle una cita previa, como hace un propietario para ver como le van dejando la casa sus inquilinos, porque era un local público, de suerte que bastaba con preguntarle a alguno de los clientes, o enviar un familiar o amigo como espía. Si en algún momento no hubieran estado de acuerdo con los cambios, simplemente no le renovaban el contrato, ¿no les parece?

La verdad de la milanesa es otra. Se les ha ido a la mierda el negocio de vivirla a Gisela, y ahora no ven otra solución que no sea rentar el local como casa-habitación. Obviamente, el sitio de marras ya no es lo que fue, y no se le podría dar nuevamente esta utilidad si no se operaran grandes cambios en la estructura actual del inmueble.

Está bien que Gisela sea una figura pública, que maneje su dinero, que se le exija una conducta acorde con tal condición, pero tampoco se trata de andar soliviantando a un miserable, por viejito que sea, para que éste haga o pretenda hacer lo que le da la gana, como si no hubieran también derechos de los eventuales inquilinos. Este no es más que otro caso de abuso de un propietario, que sí estuvo bueno para dejar que Gisela hiciera lo que quiera durante un culo de años, pero cuando ve irse la gallina de los huevos de oro, salta para ver como la sigue viviendo un tiempo más. No es pues ningún pobrecito, sino todo lo contrario, un viejo pendejo.