viernes, 28 de mayo de 2010

Qué gente para idiota

Vivir en Miraflores, Surco o La Molina, no ha sido ni es ni será sinónimo de cultura, sino simplemente de status económico. La verdad, no importa que seas profesional o vendedor de abarrotes, porque si tus medios te lo permiten puedes habitar en un distrito residencial.

Cuánta pena me da ver a una recua de tías pitucas y un par de pobrediablos de ascendencia italiana, todos vecinos de la zona, razgándose las vestiduras por la llegada de Lori Berenson a su barrio. Lo peor, el propio comodín que tienen por alcalde ha salido a exigir al gobierno, y no al Poder Judicial, que la reubique.

Al pituco le encanta hacer compras en Miami, pasearse por la 5ª Avenida de Nueva York y llevar la prole a Disneylandia; pero cuando una gringa hippie salió a dárselas de revolucionaria, al más puro estilo sesentero, y sin haber lanzado una puta bomba, se le fueron encima, y ahora les apesta de vecina.

Poco importa que la mujer sea madre, nos guste o no, de un niño peruano, y que nuestra justicia, autónomamente, haya decidido beneficiarla con la excarcelación, lo que no es tampoco una patente de corso, porque resulta obvio que la gringa de marras no va a poder salir ni a la esquina, aparte de todas las restricciones que la propia ley le impone para los próximos 5 años.

Comentarios desatinados, insulsos, faltos de solidez argumentativa, es todo lo que son capaces de proferir, y más parece que a su barrio hubiera llegado un leproso o algún portador de una enfermedad infectocontagiosa.

No se dan cuenta que con esta actitud lo único que hacen es victimizarla, haciendo que la fulana no tenga adonde ir, y que al Gobierno no le quede más remedio que conmutarle la pena. Incluso exigen que se la expulse hacia los Estados Unidos, algo que por cierto la Berenson les va a agradecer de todo corazón a todos sus ahora quejosos vecinos.

Las penas aplicadas a los terroristas de Sendero Luminoso y el MRTA, que no son sus conspicuos cabecillas, tenían algún día que cumplirse, y tarde o temprano habrán de salir a la calle, nos guste o no, para desplazarse con la misma libertad de la que hoy cualquiera de nosotros disfruta.

Es tiempo pues de ser más reflexivos, de darnos cuenta que vivimos en un estado de derecho, que es capaz de procesar, juzgar, sancionar y restringir derechos individuales, pero también de liberar, indultar, conmutar penas y darlas por purgadas cuando las propias reglas del sistema han sido cumplidas.

Para bien o para mal, la ley debe cumplirse, aunque a cuatro viejas cacatúas les apeste el vecino, si es que no se trata de que, en el fondo, se orinan los pantalones.