sábado, 5 de abril de 2008

Médico de Familia o "Chivo Expiatorio"

Hace 30 años tuve la desgracia de perder a mi abuela. Ella era diabética, así que desarrolló un infarto silente, ese que no da dolor, sino otros síntomas que para el lego en la materia pueden pasar desapercibidos, cuando no confundidos con un simple resfriado.

Resulta que mi abuela tenía un hermano médico, a quien todos le decían "Doctor Huesitos" porque era traumatólogo. El era muy eficiente en su rama, al punto de ocupar la jefatura de su especialidad en el Hospital Militar.

Cuando unos días antes de su deceso mi abuela llamó a su hermano, este confundió el padecimiento cardíaco con una gripe. No se le puede culpar del error puesto que el infarto silente es una peculiaridad del diabético, y escapaba al conocimiento de un médico general o de una rama tan diametralmente distinta de la cardiología.

Pese a ello, hasta la muerte de mi tío, ocurrida 20 años después, e incluso luego, me la he pasado escuchando a mi padre culpando a su tío del error que le costó la vida a su madre.

Ahí no queda la cosa. Hace unos años, ya estando ejerciendo, pretendí medicar a mi propia madre por una arritmia, y lo único que obtuve fue una puteada de mi padre, aparte de botarme a empellones del dormitorio de mi madre, gritando a voz en cuello "Es mi mujer y tú no la tocas". Así que no tuve más que recomendar la condujeran a una clínica, donde mi papá muy orondo dijo que yo había pretendido inyectarle xilocaina. Cuál no sería su sorpresa cuando el médico a cargo le dijo que era justamente lo que ellos iban a proceder a hacer de inmediato.

Con familiares así es muy difícil asumir el rol de médico de familia. El distanciamiento de mi familia con la de mi tío se hizo evidente desde los hechos antes relatados. Y créanme que no estoy dispuesto a perder a mis hermanos por meterme a hacer lo que maladadamente mi padre pueda tildar como un error, porque en su concepto los médicos no podemos cometerlos.

Así las cosas, prefiero comunicarme con mi madre telefónicamente, incluso con los colegas, evitando participar de manera activa en el tratamiento. El costo moral y anímico que uno puede pagar por sus errores se multiplica exponencialmente, y eso repercute incluso en nuestra propia descendencia. No es falta de amor, simplemente tino, previsión, autoprotección, porque lamentablemente existen tipos como mi padre, que siempre tratan de encontrar un chivo expiatorio.