sábado, 18 de abril de 2009

El Fenómeno Maiden

La reciente visita del grupo de rock Iron Maiden me hizo reflexionar sobre la naturaleza de su masa de seguidores. Por cortesía de una empresa, sabedora de mi condición de músico aficionado, se me hizo llegar una entrada para asistir al concierto de marras, lo que me motivó a investigar en youtube, a ver si algo que escuchaba me podía atraer.

La verdad es que la experiencia fue frustrante, no sólo por la pobreza de la melodía, sino por la repugnante letra que caracteriza sus temas. Es entonces que me puse a pensar como mierda puede tener seguidores esta porquería.

La respuesta vino pronto, al verificar como hacían sus colas grandes cantidades de cholos feos, sucios, pelucones, vestidos todos con polos negros, jeans y zapatillas. Muchos de ellos tenían cara de lornas, esos cojuditos de los que los más vivos, los deportistas, y todo aquel que destaca en el colegio, hace escarnio por tratarse de pobres huevones.

En realidad, trato de entenderlos, y lo explico porque debe ser bien frustrante ser tan feo, ser tan marrón, ver que una chica bonita no se fija en ti, que no eres nada salvo vendedor de polos o discos en una feria, o no tienes profesión. Ser parte de la masa es encontrar un nicho de desenvolvimiento, es dejarte de ver a ti mismo, es no ver la mierda que eres, que no tienes profesión, que te pagan una cagada, que tu hembra es fea, que tus hijos salen más feos que tú, que no mejoras tu raza, que sigues oliendo a queso, pero te sientes bien cuando ves que hay un montón igual a ti, vestidos igualito. En ese instante, igual que un barra brava, te despersonalizas, protestas y comienzas a patear a tu vecino (el pogo que le dicen), y dejas de ser la basura en que la vida, o tú mismo, te has convertido.

Letras que invocan a satanás, guitarras distorsionadas, siempre a volúmenes exagerados, siempre en el marco de una reunión donde abundan el alcohol y las drogas, porque no me vengan con que la mayoría no son pastrulos.

Esa es la mierda que anima a los seguidores del metal, que hasta en la vida cotidiana siguen vistiendo de negro, para hacer menos notoria su cholitud, por una simple cuestión de contraste de colores entre su tez y su atuendo.

No tuve más remedio que irme a los alrededores del Estadio Nacional y deshacerme de la entrada, vendiéndola a buen precio, porque nunca falta un huevón que paga por cojudeces.